Vindicación del Santiago Occidente. Gonzalo Cáceres Q.

Hacia fines de la década del ´60, una nueva expresión apareció en el habla de la ciudad de Santiago: casco histórico. Su uso precedió la implantación de un término que tendría mayor uso: Santiago poniente. Mientras Santiago poniente buscaba señalizar algunos barrios que las élites habían dejado después de migrar hacia el Este precordillerano, casco histórico evocaba una tradición de apariencia noble.

Durante la segunda mitad de la década de los ochenta, una paradójica combinación de acontecimientos vino a reforzar la valorización que casco histórico y Santiago poniente buscaban anudar. La destrucción ocasionada por el terremoto de 1985 y el fracaso electoral del continuismo dictatorial (1988), favorecieron el interés por comprar o alquilar en fracciones del microcentro o en sus costados inmediatos. A diferencia de anteriores interesados, los que arribaron al centro durante la ilusión democrática disponían de un ingreso superior al promedio del área. Si bien reciclajes puntuales convirtieron al loft en una expresión menos enigmática, la gentrificación en el Santiago de los noventa tuvo un carácter más experimental e imaginario.

A la salida de la crisis asiática, la voz Santiago poniente fue nuevamente requerida. Su mención cobró un nuevo sentido cuando el Estado materializó una seguidilla de grandes obras a ambos costados de Avenida Matucana. Mientras lo mejor del equipamiento público durante el Santiago laguista tuvo en la monumental estación Quinta Normal una de sus principales insignias, el Museo de la Memoria fue para Bachelet uno de sus principales distintivos.

Devenida en activo simbólico, Santiago poniente recorta tanto como omite. En lo que a sus prescindencias se refiere, el término invisibiliza la metrópolis al Occidente de la Avenida General Velásquez. ¿Cuál ciudad? Nos referimos a la que se extiende entre el túnel Lo Prado y el límite poniente de la comuna fundacional.

Popular sin complejos

Existen zonas y comunas de Santiago de fuerte identificación popular. Las Barrancas siempre exhibió dicha característica. Espacio de confluencia de asentamientos irregulares, lotificaciones y proyectos de vivienda de origen fiscal, su trayectoria incluyó una contundente presencia rural.

Precisamente, y durante el siglo XX santiaguino, el Occidente de la ciudad fue una de esas áreas políticamente activadas donde la asociatividad campesina despuntaba con líderes carismáticos y huelgas. También es necesario reconocer el quehacer reivindicativo movilizado por decenas de organizaciones de pobladores. En Las Barrancas, “agregados” “mejoreros”, “compradores de sitios a plazo”, arrendatarios, “callamperos” y pobladores, dieron vida a un denso tejido social que alimentó desde concurridos cabildos hasta paralizaciones contenciosas.

Durante los largos sesentas, la parte urbana del paisaje comunal adoptó un sello distintivo. Mientras en algunos de sus bordes construidos se localizaron colectivos de cuatro pisos, los competentes 1010 y sucesivos, en el amanzanamiento interior predominaron predios de 150 m2 donde se alojaron viviendas levantadas por sus propios ocupantes. El panorama no había cambiado demasiado hacia comienzos de 1980. Según un estudio de José Manuel Cortínez para Pudahuel, una de las comunas derivadas de la fragmentación de Las Barrancas, la autoconstrucción alcanzaba al 70 por ciento de las viviendas.

De ninguna manera debiéramos entender el Santiago Oeste como una zona aislada. Atravesada por el viejo, pero también por el nuevo camino a Valparaíso (Autopista 68), Las Barrancas fungió por décadas como una estación de tránsito hacia y desde la segunda conurbación del país. La integración se radicalizaría en los precisos momentos en que el poblamiento popular debía lidiar con abultados déficits en infraestructura y equipamiento. Hacia fines de los ´50s, el ejecutivo adoptó una decisión crucial para el destino de esta área: el nuevo aeropuerto internacional de la ciudad se edificaría en uno de los muchos fundos del Pudahuel rural. Al igual y como había ocurrido en otras ciudades, la inauguración de la nueva terminal aérea en 1967 detonaría poderosos cambios, aunque su efectiva irradiación no se advertiría sino después de varias décadas.

Lejos de identificarse con la figura del “patio trasero” de Santiago, la significación política y cultural de Las Barrancas fue innegable. Política, porque el Oeste de Santiago había devenido desde 1960 en bastión principalmente comunista, cuestión que Jorge Giusti captó tempranamente. Alcaldes, regidores y un amplio repertorio de dirigentes forjaron una constelación de organizaciones donde las deportivas jugaban un papel fundamental. Cultural, porque el Occidente era una zona de contacto donde sobrevivía una rica tradición agrícola en proceso de des-campesinización. No por nada, Violeta Parra elevó a Las Barrancas a la condición de hito en sus investigaciones folklóricas. Más conocida es la gravitación que el Occidente popular tuvo para la producción musical de Víctor Jara. En 1972, precisamente, apareció el disco La Población. Sobradamente conocidas, las canciones del larga duración –una de las cuales compartía en autoría con Alejandro Sieveking-, vinieron a modificar la sombría representación que Isidora Aguirre había compuesto sobre la barriada.

¿Pauperización sin desesperanza?

Como era presumible esperar, la Zona Oeste vivió bajo dictadura un continuo represivo y también un masivo empobrecimiento. Sobre lo último, la reducción del tamaño del Estado, primero, y la desindustrialización, ayudaron a desertificar muchos puestos de trabajo, empujando a miles a la informalidad.

Si comparamos los censos de 1960 y 1970, advertiremos que la población residente en Las Barrancas más que se duplicó, pasando de 78.504 a 187.445 personas. Una década más tarde, cuando la comuna original fue dividida en tres municipios (Pudahuel, Cerro Navia y Lo Prado), el área volvió a acoger una segunda duplicación demográfica que elevó a los censados casi a las 400.000 personas.

Las erradicaciones volvieron todavía más residencial una amplia zona de la ciudad. La homogenización social derivada de los traslados forzosos de pobladores, reforzó la idea que Santiago sufría una cuarteadura tal y como Sergio González, Patricio Hales y Juan Oyola advirtieron en 1979.

En Pudahuel, paralelamente, la titularidad del suelo contrastaba con la ausencia de ocupaciones remuneradas, mucho más en una comuna donde la única fábrica cerraría en 1982 por causa de la crisis económica. Propietarios sin expectativas, la enorme mayoría de los pobladores del Oeste de Santiago sufrían carencias que ni el trabajo solidario de la Vicaría Oeste, Emaús, JUNDEP y otras ONGs fue capaz de remediar.

De este modo y para casi cualquier observador externo -Norbert Lechner estudió Pudahuel hacia 1982-, el paisaje local era de “clase baja” y su fisonomía derivada de la expansión de las “poblaciones marginales”. Pese al optimismo asociado a las protestas populares iniciadas masivamente en 1983, el Occidente popular parecía contradecir la noción de “barriada con esperanza”.

Al igual que tantos otros conjuntos edificados en el Santiago de Pinochet, Las Viñitas en Cerro Navia (1986) testimonia bien la formación de ghettos por parte de las políticas de vivienda. Que los “campamentos de hormigón” se multiplicaran bajo posdictadura, es un testimonio irrecusable de las responsabilidades concertacionistas.

Después del plomo

Pese a la proliferación de conjuntos descualificados,  el retorno de los gobiernos civiles trajo consigo el re-inicio de grandes obras de infraestructura urbana. Entre otras, el aeropuerto internacional de la ciudad experimentó una acelerada reforma, pero también terminaría siendo crucial la conversión de Américo Vespucio en una “vía estructurante”. Su lenta transformación hizo de la Circunvalación, tal y como se había imaginado desde Roberto Humeres, una infraestructura lineal capaz de acoger y distribuir flujos locales, metropolitanos e inter-regionales.

La modernización que sedimentaba en el ámbito de las infraestructuras también se proyectaba, aunque con claroscuros, hacia la sociedad. A mediados de los noventa era evidente que fracciones de los residentes experimentaron ciclos de movilidad social ascendente. Los cambios también se hicieron notar en Maipú y Lo Prado. Al contrario,  Cerro Navia sufriría un rezago que su regresiva geografía de las oportunidades solo endurecería. A contracorriente y de todas las comunas mencionadas, las que más intensamente vivieron la desproletarización fueron Maipú y Pudahuel.

Fuente: http://av.celarg.org.ve/PabloRivera/LuisaUlibarri.htm

Aupado por la combinación de aeropuerto internacional, autopistas y centros logísticos, Pudahuel fue testigo del emplazamiento de un parque industrial que precedió la edificación de conjuntos para capas medias. Edificadas algunos de ellas en contigüidad al viejo Pudahuel popular, las viviendas suburbanas vinieron a modificar el carácter de una comuna con baja motorización privada. Pero, a diferencia de lo ocurrido en urbanizaciones aledañas a terminales aeroportuarias en otros países latinoamericanos, los nuevos conjuntos de viviendas aisladas o pareadas, no adoptaron en el Pudahuel urbano la modalidad del barrio cerrado. Todavía abiertos, estos nuevos condominios contrastan con lo ocurrido en otros lugares de la ciudad, donde también la periferia popular ha admitido incrustaciones clasemedieras e, incluso, de fracciones de la elite.

¿Nuevas palabras para recualificar la ciudad?

Santiago Occidente fue la fórmula que escogimos para re-visibilizar la fachada urbana con la que primero se enfrenta el visitante extranjero o el viajero porteño. En apariencia neutral, la combinación de palabras infiltra el léxico sobre la ciudad con un nuevo término. Saturado de neutralidad geográfica, su poder descriptivo complementa antes que desestima la capacidad evocativa de Santiago poniente.

Más allá que la entendamos como un texto, la ciudad, y Santiago no es la excepción, se alimenta de un vocabulario capaz de inventar figuraciones, pero también de castigar áreas completas. ¿Ayudará Santiago Occidente a desestigmatizar comunas como Cerro Navia? Lejos de cualquier candor, nos asiste la convicción que Santiago Occidente al menos disparará nuevas preguntas. En oportunidades, construir nuevas expresiones urbanas es más importante que repetir fraseos inexpresivos. La banalidad de contenidos presente en muchas candidaturas a concejales 2012, son un buen ejemplo de la imperiosa necesidad de volver a preocuparnos por las palabras.


Gonzalo Cáceres. Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales. Pontificia Universidad Católica de Chile.

Agradezco las observaciones que Francisco Sabatini y Rodrigo Millán realizaron a una versión  preliminar del presente artículo.

2012-10-30T16:10:11-04:00 2012/10/30|