Crónicas viajeras: Guatemaya. María Soledad Caracci C.

Dejé México, lindo y querido, y pasé dos días por Belice. No me gustó para nada su capital, pero disfruté un montón su naturaleza (unos monos comieron de mi mano, con eso les digo todo). Llegué a Guatemala, sin tener idea de lo que me esperaba, porque algo me empujaba en esa dirección desde hacía tiempo. Y llegué a un país que me bendijo.

Voy a tratar de poner en palabras lo que significó el mundo maya para mí.

Uaxactún. Marzo 2013.

El primer mes lo pasé en la Antigua, renté un cuarto con una colega española que a poco andar se convirtió en mi amiga. Vivíamos muy cerca del cementerio, entre el mercado y las ruinas del convento de San Jerónimo, un barrio muy patrimonial. Toda la Antigua lo es. Ahí convive el mundo indígena con los resabios de la colonización española y el neocolonialismo actual. Pero es esencialmente maya, Guatemala es un país indígena. Las lenguas conocidas ascienden a 22 y en cada pueblo uno ve a las mujeres (más que los hombres) con sus vestidos tradicionales, hechos de diferentes materiales, según el clima de cada lugar. Ellos se ríen de ti, hablan en su lengua cuando no quieren que los entiendan. Vigilan sus pueblos y los cuidan. Y te reciben cariñosos cuando te ganas su respeto.

La mamá Juana preparando el café recién molido. San Juan de Zamora, Guatemala. Febrero 2013.

Huipil y corte, blusa y falda, así se visten las mujeres. Todo hecho a telar de cintura y bordado a mano. Cuando una muchacha cumple 15 años su madre le borda un huipil, el que se usa para ocasiones importantes como el propio matrimonio, son piezas que duran para siempre.

Uno escucha un montón de cosas sobre Guatemala. En Chile se sabe poco de su historia reciente (y de la de Centroamérica en general). Es como si el continente parara en Venezuela y no hubiera nada hasta llegar México, me enfrenté a mi propia incultura. Lo que más te dicen es que es peligroso. En el lago Atitlán, me sorprendí cuando un hombre me decía “claro que es peligroso, por ejemplo, si a ti te roban algo ahora, al ladrón nosotros lo matamos”.  Los lugares los cuidan los lugareños. Y en efecto es peligroso, pero mientras muestres respeto la gente te cuida. Los lugareños te cuidan.

En la Antigua viví la cuaresma y me impresioné con las alfombras de flores que se hacen en las calles por donde pasan las procesiones. Viajé a Chichicastenango, pueblo que alberga uno de los mercados indígenas más importantes de nuestro continente, estuve en el lago Atitlán, donde viven kaqchikeles y tzutujiles. El sincretismo es total, pero la cultura maya está predominando siempre.

Sorprendida de lo que iba encontrando partí al norte, a la selva.

A conocer el corazón de mi civilización antigua favorita.

Allí los mayas me robaron el corazón.

La puerta de entrada es Flores, en la región del Petén. Flores es un pequeño pueblo, ubicado en una isla, en el centro del lago Petén Itzá. La isla está totalmente cubierta por la ciudad. Hay muy pocos árboles y el calor se siente fuerte. Hay quienes dicen que la única razón para ir a Flores es para llegar a Tikal. En mi humilde opinión, esa gente está muy equivocada, no solo porque alrededor de la misma ciudad hay muchísimas cosas por conocer (así a vuelo de pájaro menciono El Remate, Santa Elena y San Miguel), sino que porque la misma Flores guarda sorpresas en cada rincón, ya que es una ciudad construida sobre ruinas mayas. A ojos de un buen observador se pueden ver tumbas, ruinas y ofrendas mortuorias entre los adoquines. Hay una fuerza muy especial en toda esa zona, ¡imagínense!, ¡selva y mayas!, tremenda combinación.

La isla de Flores, vista desde San Miguel. Marzo 2013.

Mi vida comenzaba con un piquero en el lago a las 6 de la mañana. La verdad es que entre las 12 del día y las 4 de la tarde uno no vale nada por el calor (mi principal actividad a esas horas, confieso, era una siesta pegoteada bajo el ventilador). Así que para aprovechar hay que levantarse temprano. Flores es muy turística porque allí llegan todos los que van a los sitios arqueológicos que hay en la selva. El más conocido es Tikal,  el importante polo cultural, político y económico maya que se disputará la hegemonía con Palenque, en México. En la ruta entre ambas ciudades se encuentran cientos de sitios arqueológicos que dan cuenta de la gran actividad del sector durante el período Clásico. Lo impresionante es que aún no sabemos cuántos sitios faltan por descubrir.

Tikal es obligatorio, pero hay muchos más, con diferentes grados de dificultad para llegar y abismantes diferencias de costos, ¿cómo elegir cual visitar?, pues les digo una sola palabra: Uaxactún.

Uno de los sitios arqueológicos de Uaxactún. Marzo 2013.

Partí con un pintor francés que conocí en Flores a Santa Elena, allí tomaríamos la micro que nos llevaría hasta Uaxactún. Los interurbanos de Guatemala son buses escolares gringos, de esos que aparecen en Los Simpson (localmente conocidos como “Chicken Bus”), caben tres personas por lado y vamos todos, como se dice en buen chileno: “poto con poto”. Es divertido, porque los chapines (guatemaltecos) son bastante fríos, entonces el nivel de intimidad que se da en la micro realmente sorprende. Lo bueno es que este recorrido particular no va sobrepoblado, de hecho fue un viaje muy agradable, yo iba mirando por la ventana como nos adentrábamos en la selva y preguntándole locuras a la señora que venía al lado mío (quizás el mango que me regaló era para que me callara un rato).

En el centro de Uaxactún hay una plaza, es el lugar donde se encontraba la pista de aterrizaje, ya que hace algunos años la única forma de llegar era por medio de avionetas, la selva lo rodeaba todo. Ahora el transporte es terrestre y la micro termina su recorrido a un costado de la plaza. Uaxactún tiene un solo recorrido, que sale a Santa Elena a las seis de la mañana y que vuelve de Santa Elena a las dos de la tarde y que llega al pueblo a las 5 de la tarde aproximadamente (la verdad es que cosas como la hora se me confunden a veces).

La salida y llegada del bus es un evento diario. Cuando me bajé sentí como si me estuviera bajando de una nave espacial, al menos así me miraban los lugareños. Uno no es de ahí, y se nota. Pero la verdad es que en esta aldea de mil habitantes, a los cinco minutos ya todo el mundo te conoce, además son muy amigables con el extranjero.

Llegué y un amigo mexicano nos recibió en las cabañas del alcalde del pueblo y nos dio las recomendaciones de rigor, al fin y al cabo, uno está en la mitad de la selva y hay que andarse con cuidado. Siempre con un bastón, para las serpientes. Siempre una vela y fósforos, no te vaya a pillar la noche por ahí sin fuego y luz. Caminar rápido por la orilla del lago durante la noche, porque salen los cocodrilos. Luego de escucharlo atentamente partí a ver el atardecer en el observatorio astronómico maya (a dos minutos de la plaza andando por un camino sencillo).

Vi las estrellas acostada sobre una pirámide maya.

Fui dos veces a Tikal. Vivía en una pequeña pieza desde donde escuchaba roncar a mi vecino de cuarto. Caminaba por ruinas mayas todo el día. Fui al museo del pueblo, donde todas las piezas se pueden tocar. Cero museografía, un montón de piezas en unas mesas y repisas. Mi ser historiador se sentía un poco nervioso por eso, pero tomé entre mis manos todo lo que quise. Este un sitio arqueológico donde vive gente, entonces la verdad es que todos andan con collares de entierros mayas colgados al cuello. Son cosas que la selva les entrega cuando se adentran en ella. Es un sitio arqueológico vivo, y sus habitantes tienen clarísimo el valor de lo que los rodea. Son un pueblo sumamente organizado y responsable con las riquezas culturales y naturales que se encuentran a su alrededor.

Lo mejor fue el solsticio, 21 de marzo, cambio de estación. El observatorio astronómico maya de Uaxactún tiene la gracia de que para los equinoccios y solsticios el sol sale justo atrás de las torres de una construcción. Y se celebra. Desde quizás hace cuantos años, siguen celebrando el solsticio en ese mismo lugar.

Entonces tuve la fortuna de ver la fiesta del pueblo con danzas tradicionales y música al ritmo de la marimba (“cada pueblo debe tener su marimba, decía algo triste mi anfitriona cuando me comentaba que la que sonaba era prestada).

Tras el evento nocturno partimos a ver la salida del sol. Chamán presente, quemamos nopal, hierbas y semillas. Bebimos aguardiente y, tras el escupo de rigor del chamán a cada uno, este dice: “ahora nos echamos para atrás a ver la salida del sol”. ¡Y el sol estaba justo saliendo! pucha el gallo seco oh, quedamos todos padentro.

Después de maravillarnos con el amanecer vimos como los niños recreaban el juego de la pelota y de ahí me fui como flotando a dormir un rato. Luego de una siesta y un chumpiate (chicha de maíz, o de caña, o de maíz con caña, una delicia) fui a seguir los festejos con los nuevos amigos. Más danzas, música y tradición viva.

Y de ahí, partir. Dejar otro pedazo más atrás. Y salir renovada a conocer el resto del país.

San Pedro la Laguna, Semuc Champey, Ciudad de Guatemala (a la cual en principio ni quería ir y de donde hubo que “sacarme con tecle”), La Antigua de nuevo, Puerto Barrios, hasta por México pasé para que me volvieran a timbrar el pasaporte a medio vencer (aproveché de darme otra vueltecita por Chiapas).

Guatemala me encantó. Me hizo dejar mi corazón tirado allá, en medio de la selva.

Ahora en Colombia lo trato de componer.

Les seguiré contando como va todo.

Imperdible: Ver como cae la noche bajo el cielo de Uaxactún. El mercado de Chichicastenango.

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2013-08-12T14:21:07-04:00 2013/08/12|