Crónicas Viajeras. Honduras: Fantasmas de Carnaval.

Algo me había informado sobre mi siguiente destino: la Guerra del Fútbol, los recientes golpes de estado, el narco, las maras, los aeropuertos clandestinos, el lago, los garífunas, la migración (nos cruzamos con un montón de “mojados” que iban rumbo al norte), los carnavales, la violencia… Pero, si algo he aprendido moviéndome, es que uno nunca sabe lo suficiente sobre el lugar que visitará.

Partí, guiada por un catracho (hondureño), y acompañada por un chapin (guatemalteco), desde Ciudad de Guatemala. Tomamos buses cada vez más chicos a medida que nos íbamos alejando de las rutas más concurridas, avanzando lento pero seguro hasta La Ceiba. Desde el bus se veía el mar. Hacía más de tres meses que no veía el mar y la emoción fue incontenible. Esa fue mi primera impresión de Honduras: el olor intenso de la sal del mar. Nada podía salir mal.

Llegamos a La Ceiba de noche y, bien acompañada por mis machos alfa, caminamos un buen rato buscando el carnavalito. Llegamos, miramos, paseamos, conocimos algunas personas, nos encontramos con algunos viejos compañeros de ruta, pero el cansancio del viaje apretaba y partimos a buscar un alojamiento. Caímos en el bar de Jaguar, tomamos unas chelas y armamos la carpa arriba de una plataforma para que no nos comieran los perros. A dormir.

La Ceiba es una ciudad de la costa norte de Honduras. Hace calor, mucho calor, en las noches la carpa es un sauna y se hace obligatorio dormir afuera. La playa es una maravilla, el mar es tibio, la arena es blanca y el agua de un azul indescriptible. Es la tercera ciudad más grande del país y lo que la hace célebre es su carnaval, el tercer sábado del mes de mayo. En eso anduvimos.

Todas las noches se hacen carnavalitos en los diferentes barrios, se cierra todo con un gran carnavalón en el centro de la ciudad, toda la semana es fiesta, toda la semana es arte, baile, comida, malabares, artesanías, en fin, una gran y hermosa mezcla de culturas.

Es bien loco todo por estos lados. Me la pasé sorprendiéndome de la gente, de sus códigos, de su ternura bajo esas caras tan frías, de cómo la violencia es tan fuerte y la gente tan amable a la vez.

Carnavalón, La Ceiba. Mayo, 2013.

Pasé por tres casas en La Ceiba, la primera la casa de Jaguar, ¿se acuerdan que mencioné perros?, pues la luna creciente y un altercado reciente las tenía medio alteradas y se ensañaron con mi brazo. Mudanza inmediata. De ahí a un cuarto compartido entre… ¿5 personas creo que éramos? (una cama single, en dos metros cuadrados ni me acuerdo como nos acomodamos todos, estratégicamente, siempre junto al ventilador). De ahí ¡por fin! a lo que sería la estancia definitiva, la casa de un amigo en las afueras de la ciudad. En un amplio cuarto cupimos hasta 15 personas, chapines, salvadoreños, catrachos, nicas, una gringa… Pero en general éramos cuatro muy cómodos. Me gusta no vivir al medio de la chuchoca, me gusta que, entre el jaleo de la ciudad, a cierta hora (10:00 am), uno se iba a la casa donde todo era paz.

Lo mejor es que conocí tantos barrios, tanta gente, tanta vida. Algunas noches me quedé donde Jaguar y conversaba con los comensales de su playero bar. Otras salía con los chicos al carnavalito. Algunos trabajaban a ratos, todos compartíamos, reíamos, tomábamos algo. Yo me viraba sola a veces, a pasear, sacar fotos, mirar, conocer gente nueva y conversar. Al salir el sol, a casa, a dormir algunas horas y a la calle otra vez. Chile no tiene tanta vida de calle, menos acá en el sur (Frutillar), siempre que se puede la gente sale, pero la vida es más de interiores por el intenso frio invernal (invierno de marzo a diciembre).

Terminamos con el gran carnavalón en el centro de la ciudad, y todo fue un gran fiestón. La adrenalina, la masa nómade, la gente y sus colores, el comercio ambulante, todos disfrutando, tirando La Ceiba por la ventana. Al día siguiente toda la ciudad con una gran “cruda” (caña), y yo lista para un nuevo destino. La peña se disgregó y partió su servidora con tres artesanos/rastudos/catrachos rumbo a Saba. Aún hay carnaval ciudadanos.

Desayuno en La Ceiba. Mayo, 2013.

Conversar y conversar. Así yo aprendo. Pasando por casas de gente linda que te pone un plato de comida al frente mientras te cuenta de su vida, copuchenteando con el caballero del almacén que te deja cocinar unos huevos en su cocinilla improvisada, escuchando las historias del joven que te da el dato de las tortillas frescas, hablando con el artesano que tiene piezas mayas originales cuidando su paño, o con la seño que te arma una generosa baleada, divertida con el niño que te mira como si vinieras bajando de una nave espacial, con el patrón que te enseña cómo funciona la onda en el excepcional lugar en el que estás parada. No leer, no el museo, no la escuela. Compartir, el conocimiento de adquiere compartiendo, con humildad, con respeto.

Dormí en la calle, me bañé en el mar y en los ríos, aprendí la historia del indio Lempira y el significado la bandera, unos hippies me cantaron el himno nacional, una anciana me sirvió un plato de tortillas con huevo y frijoles al minuto de enterarse de mi anemia, supe que hay brujas, me secuestraron el corazón, comí baleadas, hice clases de inglés, bailé como si no hubiera mañana; me di cuenta que todos andan con machete y que los problemas se arreglan así, que los niños saben disparar, que todo barrio tiene un patrón, que los plátanos que comemos en el sur del mundo son increíblemente insípidos al lado de las bananas hondureñas, que hay gente sin compasión, que hay familias en todas partes.

Así es el Honduras que conocí, entre La Ceiba, Saba y la playa paradisiaca de Tela, sin siquiera empezar a hablar de San Pedro Sula o Tegus. Sin siquiera conocer las ruinas de Cobán. Todo exuda mundo maya, África y mestizaje. País mezclado mucho más que el nuestro. País golpeado pero digno, triste pero feliz, violento pero dulce, agresivo pero alegre, de ganas de irse a los States pero con las raíces bien profundas. Contradictorio y maravilloso. Así lo encontré yo.

“Por Honduras pasa todo y nosotros todo lo queremos tocar”. Así se caracterizaron ellos. ¿Para mí?, siempre serán los Fantasmas de Carnaval de los que canta el Johansen.

Carnavalón. Saba, junio 2013.

Imperdible: La playa de Tela (la mejor tarde de playa, haciendo nada, tras dos intensas semanas de carnavales).

Links de interés:

2014-04-02T17:53:46-04:00 2014/04/02|