Por Dante Figueroa
Nicanor Plaza es considerado el primer escultor chileno. Su novel talento fue descubierto cuando a los 14 años trabajaba en la sombrerería Bayle, allí conoció al escultor francés Augusto François, comisionado por el gobierno chileno, quien reconoció los dotes del adolescente Plaza.
Su talento fue reconocido y desde sus comienzos se cuentan las medallas que galardonaron el valor de su obra, entre los que cuentan las primeras medallas de concursos nacionales y dos becas que le otorgó el Gobierno de Chile: una, consistente en dinero mensual para ayudarlo en sus estudios, y otra, otorgada algún tiempo después, para que continuara su formación artística en Europa.
La obra de Plaza está en distintos lugares de la ciudad de Santiago, “la Quimera”, en el Museo Nacional de Bellas Artes o la estatua de “Andrés Bello” en el patio de la Casa Central de la Universidad de Chile, son algunas de sus icónicas obras. No obstante, es el “Caupolicán” una de sus obras no solo más conocidas, sino también controvertida. La Estatua de bronce fundida en 1869 por Fundición Molz, Paris. Colocada en 1910 sobre un peñón del cerro Santa Lucía in Santiago de Chile.
El Caupolicán, que debería emular la figura de un Mapuche, en realidad parece más bien representar a un indígena de otra latitud de América. Si se observa la obra, tanto sus plumas como sus aros en las orejas, así como el penacho más típico de pieles rojas de Canadá y Estados Unidos, demuestra su apariencia más bien venida de esas latitudes.
La obra llegó con el nombre “Caupolicán” en yeso al Salón de París de 1868, y al año siguiente se fundieron varios ejemplares en bronce que se dispersaron por Chile y el mundo. El original habría llegado a manos de Luis Cousiño, mecenas del escultor, y sería el mismo ejemplar que actualmente se exhibe en Lota y que se exhibió en la Exposición Nacional de Artes e Industrias de 1872, en el recién inaugurado Mercado Central de Santiago. También hay otros ejemplares situados en la Plaza de Armas de Rengo, Universidad de Concepción, la Escuela de Carabineros de Santiago y en el Club Hípico. También en el Fenimore Art Museum Cooperstown de Nueva York hay una reducción del mismo.
De acuerdo al sitio Cine y Literatura, otro ejemplar de la misma serie era bautizado “The Last of Mohicans” para presentarse en un concurso en Estados Unidos, de hecho, el el pie de la obra es posible ver esa denominación. Otro antecedente lo aportaría Rubén Darío, que en su paso por Chile señalaría que: “la industria europea se aprovechó de esta creación de Plaza —sin consultar con él para nada, por supuesto, y sin darle un centavo— y la multiplicó en el bronce y la terracota. ¡Caupolicán se vendió en los almacenes de bric-a-brac de Europa y en América, con el nombre de The Last of Mohicans”.
Se dice que no hubo confusión ni ánimo de engaño por parte del escultor. Que el modelo es del tipo caucásico y sigue los cánones clásicos del David de Bernini. Y que lo que Plaza hizo fue: “transformar en ícono y emblema el concepto romántico del nativo, que en Europa despierta curiosidad y hasta mitología”.
Mas allá de consideraciones de todo tipo, la obra se sitúa hasta el día de hoy en una cúspide del Cerro Santa Lucia mirando hacia el norponiente de la ciudad de Santiago.
Nicanor Plaza, el gran maestro, laboro en el arte que tanto amaba hasta sus últimos días, pese a la amputación de uno de sus brazos, y a su muerte, ocurrida en Florencia en 1918, jamás supo de la polémica que pudo concitar una de sus más grandes obras.