Una vez transcurrido el antiguo centro histórico limeño, donde sobresalen sus hermosas plazas, grandes iglesias y decoradas callecitas virreinales.
Se hace ver el curso torrentoso del río Rimac, esa oscura columna de agua que en un instante hizo de influjo para sentir el recuerdo del Mapocho corriendo frente a su estación. Es que la tarde limeña, sobre sus puentes, provocaba la evidencia al interpretar el parecido indiscutible que surgía a cada pestañeo, develando más lugares comunes. Si hasta su propio cerro San Cristóbal se viste de tupahue, que acariciando a su río hace brotar al barrio Rimac, siendo original en el ejemplo de como dividir la ciudad histórica y culta de su vástago popular y chimbano. Es que también hoy en estas cuadras se desarrolla la esencia del comercio y la vida popular, donde la frontera se expresa shora y faite, como en los alrededores de La Vega.
Por algo pasan las cosas, Lima fue fundada en 1535 y Santiago en 1541. Las coincidencias en este caso son pruebas de la hermandad y la cultura, por lo mismo no es extraño que el tawantinsuyo se expandiera en estos sectores del Perú hacia 1430 y nosotrxs lxs mapochinos fuésemos el último rincón incorporado, por los incas, hacia el sur en la década de los 80.
Mirar a Lima es atravesar un grueso telón de historia común que aleja lo contemporáneo, pero que a la vez permite descubrir la cercanía innegable entre ambos pueblos.
Por Roberto Ortiz L