Memoria en la ciudad: el homenaje a Lincoyán Berríos. Paola Canto

El 28 de julio pasado se cumplió un año desde que Lincoyán Berríos, junto a Fernando Ortiz y Horacio Cepeda, pudieron finalmente ser sepultados, luego de 36 años de desaparición en manos de la dictadura militar chilena. Existen, sin embargo, huellas en la ciudad que nos han regalado, casi imperceptiblemente para muchos de los transeúntes del centro de Santiago, un poco de su presencia y de lo que representa para la historia de nuestro país. Nos referimos al Memorial a Lincoyán Berríos Cataldo, ubicado en la esquina de Santo Domingo y 21 de mayo.

El número de memoriales en Chile se contabiliza al día de hoy en 177, de los cuales 78 están ubicados en la Región Metropolitana[1], y los que se pueden subdividir en:

1)    Memoriales que marcan lugares de represión: placas conmemorativas en el Estadio Nacional y Víctor Jara, el memorial de José Domingo Cañas y el Parque por la Paz en Villa Grimaldi.

2)    Esfuerzos de familiares de las víctimas por rendir homenaje a los suyos, que se encuentran en general en cementerios, lugares donde las víctimas fueron enterradas de forma clandestina o lugares donde estas personas fueron asesinadas.

3)    Homenajes pensados y diseñados para ser vistos por un público amplio, emplazados generalmente en plazas y bandejones centrales.

4)    Memoriales “institucionales”, construidos para recordar a pares y colegas. Se trata en general de placas en homenajes a estudiantes y académicos, trabajadores y profesionales[2]. La placa al dirigente comunista Lincoyán Berríos corresponde a este último grupo.

Fuente: Memoria Viva

Ciertamente, uno puede preguntarse respecto a este memorial, por un lado, qué provoca Lincoyán Berríos en sus pares, qué ha significado, y significa hasta hoy, para que se mantenga de forma persistente, a pesar de los innumerables rayados de que ha sido objeto, al cuidado de la Asociación de Funcionarios de la Municipalidad de Santiago, quienes cada cierto tiempo lo restauran y año a año, en el aniversario de su desaparición, le rinden homenaje. Por otro lado, uno también puede preguntarse qué provoca ese espacio en particular, esa pequeña plazoleta de la ciudad, que ha sido merecedor de tamaño registro de nuestra memoria histórica.

¿Qué representa Lincoyán Berríos para todos nosotros, y sobre todo para quienes lo han situado en medio de la ciudad, enmarcado en una plazoleta céntrica, casi tan a la vista como en la penumbra, confundido entre el ajetreo citadino? Lincoyán Berríos fue un importante militante del Partido Comunista, empleado municipal jubilado, ex secretario de la Federación de Empleados Semifiscales, ex presidente de la Asociación de Empleados municipales de Chile y ex dirigente de la Central Latinoamericana de Trabajadores estatales (CLATE). Casado, con tres hijos y de 48 años al momento de su detención.

Una vez producido el Golpe de Estado, Berríos comenzó a ser buscado por organismos de seguridad de manera intensa, allanándose su hogar en diciembre de 1973 por personal del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, a partir de una orden de allanamiento y no una orden dictada por algún Tribunal de la República.

El 15 de diciembre de 1976 es aprehendido en la vía pública, presumiblemente por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), que se lo llevaron con rumbo desconocido. Esta detención aparece consignada como parte del “caso de los trece”, donde otros 10 militantes del Partido Comunista y dos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fueron detenidos entre fines de noviembre y mediados de diciembre de ese mismo año[3]. Sobre este grupo de detenciones el gobierno militar proporcionó como información oficial el que estas personas habrían salido desde Chile a Argentina entre fines de ese año o a inicios de 1977, lo cual se corroboró judicialmente que era falso con posterioridad.

La última persona en ver a Berríos fue su cónyuge, Rebeca González Navarro, quien declaró «Como era costumbre entre nosotros, tomamos desayuno juntos y, posteriormente, como a las 08:20 horas, salimos de nuestra casa. Ya en la calle, Lincoyán se adelantó a tomar una liebre antes que yo, manifestándome que iba atrasado a juntarse con una persona en calle Rodrigo de Araya con Lo Plaza. En cuanto a mí, tomé la liebre siguiente, y tuve oportunidad de ver a mi cónyuge precisamente en la esquina mencionada, desde donde me saludó».

La página web Memoria Viva indica: “Con posterioridad a ese encuentro que sostendría el afectado con una persona, había quedado de encontrarse en su propia oficina de calle Monjitas, en el centro de Santiago, con Manuel Rubio, y también de concurrir a obtener el pago de su pensión a la Caja de Previsión de Empleados Municipales, como asimismo de ir a pagar la matrícula escolar de uno de sus hijos. Ninguna de esas gestiones las verificó, cuestión absolutamente inusual por su riguroso modo de vida”.

Al día siguiente de su desaparición, un cheque de su cuenta corriente fue cobrado en el banco Osorno y La Unión (Oficina Central), sobre lo cual su cónyuge manifestó que se trataba de un cheque que habría quedado en su talonario únicamente con su firma. Meses más tarde esto volvió a ocurrir con otros cuatro documentos, esta vez todos completamente adulterados. Las diligencias al respecto no tuvieron resultado en descubrir a quienes realizaron dicha falsificación, en tanto se utilizaron cédulas de identidad que aparecían como extraviadas o correspondientes a otras personas.

Como parte de la investigación criminal llevada a cabo a propósito de su desaparición, la dictadura chilena indicó que el afectado registraba salida de Chile con destino a Argentina por el paso Los Libertadores, el día 21 de diciembre de 1976, y se agrega: «Como observaciones, se indica que viaja a pie, lo que, según explica el funcionario de Investigaciones, significa que ‘viaja a dedo’ y que puede salir porque no hay orden de aprehensión en su contra». Esta declaración, junto con las otras del “caso de los trece”, tenía contradicciones respecto a otras indagaciones realizadas, lo cual, junto con la declaración de los familiares de los desaparecidos, confirmó su fraudulencia, ante lo que se ordenó la encarcelación de los entrevistados por falsificación de instrumento público (la hoja de ruta en otro caso: el de Reinalda Pereira).

Fuente: Urbatorium

Luego que los distintos recursos de amparo presentados fueron rechazados, familiares de las víctimas solicitaron a la Corte Suprema la designación de un Ministro en Visita para que se abocara al conocimiento de los 13 desaparecidos del caso, ante lo que el Tribunal accedió sólo en 8 (entre los que estaba el de Lincoyán Berríos), incluyéndose posteriormente dos más. La tramitación de esta causa duró cerca de 13 años, acumulando 21 tomos con más de 9.000 fojas, y la investigación estuvo a cargo de distintos ministros, hasta que finalmente el juez suplente Manuel Silva Ibáñez sobreseyó el caso, el 23 de octubre de 1986, aplicando el D.L. de amnistía, lo cual fue finalmente confirmado, luego de múltiples apelaciones de los familiares de las víctimas, el 11 de agosto de 1989.

Sin embargo, el año 2001 fueron encontrados cerca de 200 fragmentos óseos en una mina abandonada en la Cuesta Barriga, correspondiendo a restos humanos que quedaron de la operación “traslado de televisores”, de enero de 1979, cuando agentes de la dictadura comandados por Erasmo Sandoval Arancibia (“Pete el Negro”) desenterraron cuerpos que mantenían en esta mina por orden de Augusto Pinochet, tras el descubrimiento en 1978 de quince cadáveres correspondientes a campesinos asesinados en el sector de Lonquén[4].

Tras once años de peritajes, el Servicio Médico Legal identificó a cuatro detenidos desaparecidos asesinados en 1976, en el cuartel Simón Bolívar de la DINA, entre los cuales estaban el de Lincoyán Berríos y de dos víctimas más del caso de los trece, apresados el mismo día que Berríos[5].

El cuartel Simón Bolívar, donde alrededor de 250 personas perdieron la vida, estaba ubicado en la calle del mismo nombre, número 8800 de la comuna de La Reina, y se conoció sólo en 2007, cuando fue develado por Jorgelino Vergara, alias “el mocito”, un ex agente de la DINA, “protegido” de Manuel Contreras, menor de edad para 1976[6].

Así, el sábado 28 de julio de 2012, luego de 36 años de haber sido torturado y asesinado, Lincoyán Berríos tuvo un funeral simbólico en el memorial de los Detenidos Desaparecidos del Cementerio General.

¿Qué significa entonces este espacio, esta plazoleta, para la figura de Lincoyán Berríos? Justamente, más allá de su desaparición, más allá de su muerte, no es otra cosa sino testimonio de su vida de hombre trabajador, esposo, padre, dirigente sindical… ciudadano. No es casualidad el lugar escogido, que acoge a los trabajadores de la Municipalidad de Santiago, ya sea para tomar un poco de aire, fumarse un cigarrillo, reunirse con sus colegas, amigos y familiares. Se convierte entonces en parte de una escenografía llena de vida, donde la figura de Berríos acompaña a sus colegas, por los que luchó y en gran medida, por quienes dio la vida.

El homenaje es una figura humilde, sin grandes aspavientos: un monolito rectangular que recuerda, quizás ex profeso, un podio donde el dirigente, de pie y con entereza, representara alguna vez a sus pares, a los trabajadores municipales. Un monolito que en su superficie consigna modestamente el nombre de Berríos y el recuerdo de sus compañeros.

Fuente: Urbatorium

Es también un espacio de tránsito, donde deambulamos día a día, generalmente abrumados y apurados, sin fijar la vista en un escenario que en medio de semáforos ruidosos, kioskos que hoy venden de todo menos periódicos, tiendas de cualquier tipo y una multitud que avasalla, nos quiere llamar la atención, nos susurra al oído, sin gritarnos para no consternarnos, que su temple y figura siguen allí, y que todos y todas formamos parte de esa historia. Cual más, cual menos, por acción u omisión, en la experiencia o el recuerdo, en cómo ha forjado nuestras vidas, la vida misma de Lincoyán Berríos es parte de nuestras vidas; y no existe un lugar más significativo que esta esquina, ni una forma más elocuente de presentar su paso por este mundo que este monolito, que puede expresar de mejor manera el homenaje que sus compañeros han decidido perpetuar y, generosamente, compartir con nosotros.

Si usted hasta hoy no lo conocía, nunca ha pasado por allí o simplemente no se había dado cuenta, no se preocupe pues, paradójicamente, en mi humilde opinión, ése es parte del objetivo: quien nos acompaña en silencio lo hace en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, esas personas son las que nos forjan el temple. Pero hoy, que ya lo sabe, no lo olvide, dese un respiro, siéntese un momento en la plazoleta, mire su arquitectura, respire profundo, fúmese un cigarrito o tómese un helado, contemple la fuente, tápese los oídos cuando el semáforo dé la luz verde, sonría… y luego siga siendo usted.


[1] Programa Derechos Humanos, Ministerio del Interior y Seguridad Pública. Gobierno de Chile, “Memoriales por Región”, información entregada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de su Recopilación de información sobre los Memoriales a víctimas de violación de los derechos humanos ubicados en Chile, en permanente construcción  y disponible en http://www.ddhh.gov.cl/memoriales_regiones.html.

[2] Flacso Chile y Ministerio de Bienes Nacionales (fotografía de Alejandro Hoppe), opcit, p. 13.

[3]De los cuales seis más fueron detenidos el mismo día que Berríos.

[4]http://www.cooperativa.cl/prontus_nots/site/artic/20120720/pags/20120720123408.html. Esta misma fuente indica: “Sandoval, que admitió los hechos en una declaración judicial, dijo que tras desenterrar los cadáveres lanzaron varios perros muertos al fondo de la mina para justificar la presencia de restos, pues un campesino había descubierto los cuerpos e informado a la Vicaría de la Solidaridad, organismo de la iglesia católica que defendió los derechos humanos durante la dictadura. ‘Pero nosotros llegamos primero’, se jactó en su declaración judicial ‘Pete el Negro’. Centenares de cadáveres exhumados en la Operación Retiro de Televisores fueron lanzados al mar o quemados en tambores en los regimientos, según ha podido establecer la justicia”.

[5]Las otras tres personas identificadas son Fernando Ortiz Letelier, Horacio Cepeda Marinkovic y Ángel Guerrero Castillo.

[6] Marcela Said y Jean de Certeau, “El mocito. La historia del mozo de la DINA”, Chile, 2010; Javier Rebolledo, “La danza de los cuervos”, Ceibo ediciones, Santiago, 2012 (lanzado el 25 de junio de 2012). En el reportaje “Cuartel Simón Bolívar y Villa Grimaldi: El circuito de ‘empaquetados’”, se indica: “Durante siete días entre la Pascua y Año Nuevo del 2011 Javier Rebolledo grabó a Jorgelino Vergara cerca de 30 horas para precisar diversas materias que en las filmaciones de El Mocito habían quedado apenas insinuadas o simplemente no tratadas. Diversos cafés, restaurantes y bares de Ñuñoa fueron las locaciones de estas nuevas confesiones. El mocito es muy locuaz respecto de sus años de joven, en que el ministro lo declaró inimputable. En la medida que crece y pudiera incriminarse enmudece o da respuestas generales, en 1976-1977 era aún menor de edad, una suerte de ahijado del CSB, donde los agentes se transformaron en la familia que no había tenido.» http://www.elciudadano.cl/2012/09/25/57662/cuartel-simon-bolivar-y-villa-grimaldi-el-circuito-de-empaquetados/

2013-08-14T18:08:50-04:00 2013/08/14|