Por Roberto Ortiz Leal
El frío día de finales de junio no impidió que más de diez mil personas se agolparan en la estación Mapocho de Santiago, esperando el ferrocarril que traía a una de las figuras más prominentes de la época de oro del cine mexicano, la llegada del charro cantor como era conocido popularmente Jorge Negrete causo tan nivel de conmoción en la ciudad, que este hito es recordado como uno de los más significativos de la primera mitad del siglo XX. Y quedó demostrado cuando las y los curiosos se colgaban hasta de las barandas y los postes de la estación para poder observar, aunque fuese el sombrero del ídolo azteca.
La mayoría de las personas venían de las poblaciones donde “Allá en el rancho grande” sonaba con fuerza. Este artista era para el pueblo un verdadero prócer y como tal había que disfrutarlo tanto como se hacía en las fiestas del campo o de los conventillos, donde el vino, la chicha y los corridos iniciaban el vaivén de los cuerpos danzantes que olvidaban por una noche las luchas y melancolías, el desprecio político y el infortunio de la muerte. Porque claro, era tomado como un alivio para ese año, donde solo 5 meses antes el gobierno y sus carabineros habían disparado a mansalva contra los trabajadores que se reunieron en la Plaza Bulnes en apoyo de las y los obreros pampinos, asesinando a un puñado, entre ellas a Ramona Parra.
Es que México y su música se acercaba mucho más a los gustos del pueblo, ya lo decía el cronista de la elite Joaquín Edwards Bello que: “el cariño de Chile a México es comprensión. Se trata de un mensaje moreno…algo le faltaba al pueblo, algo necesitaba. Mexicanos y chilenos somos vecinos y parientes con espinazo de volcanes.” Lo que no comprendía Edwards era que el pueblo debía sortear constantemente las prohibiciones impuestas a la cueca por el refinado paladar de la elite que solo miraba al atlántico norte como paradigma cultural.
Mi abuela me ha contado como los charros trascendieron con su cultura echando fuertes raíces en el campo chileno, cuando luego del catastrófico terremoto de Chillán de 1939 una gran comisión de artistas mexicanos llegó para dar cariño a quienes habían perdido todo.
Ella también me contó como sus padres, relataban la discusión que habían tenido cuando Jorge Negrete se iba de Chile, luego de exitosas presentaciones y entrevistas en los teatros y radios más importantes de la época. Es que el comentario era obligado ante el cometido del presuntuoso personaje, muchos hombres ardían en celos y rebatían las gozosas risas y los comidillos de las mujeres que compraban a diario las imágenes del artista. “Dentro de un año vendré a ver a mis chamaquitos” Dice mi abuela que expresó Negrete antes de marcharse lo que causó el arrebato de su padre, quien se quejó diciendo “que tiene que ponerse a abrir la boca este”, ante el complaciente “quién las manda a meterse a su pieza” de su madre, mi bisabuela. Solo queda claro que hace 75 años se figuró la generalidad de una época que tuvo grandes combates, aunque vivió con la imposición y el legado de muchos cánones culturales tradicionales que hoy parecen ser cuestionados y destinados a cambiarse.