Por Dante Figueroa
El día de La Bandera, recuerda la gesta militar y sacrificio de los 77 soldados chilenos que combatieron, heroicamente, en el poblado de La Concepción, hoy parte de la Provincia de Junín del Perú, los días 9 y 10 de julio de 1882, durante la Campaña de La Sierra en la Guerra del Pacífico.
Poco se recuerda, que tuvieron que pasar 92 años, para que esta fecha volviera a aparecer de manera masiva en la opinión pública. Recordemos que la veneración oficial a la bandera, había sido recién instalada mediante Decreto Ley de julio de 1974, en los primeros meses de la Dictadura Civil y Militar, justamente en los momentos de mayor represión contra los ex adherentes de la Unidad Popular. Claramente, se intentaba exaltar, “valores patrios” y relacionarlos con “mártires militares”, que estaban presentes en la memoria colectiva de los chilenos, durante décadas. Por tanto, la idea de la exaltación de la bandera, hace mención, no solo al pabellón patrio, sino que su relación del mismo, con los uniformados.
No podemos dejar de relacionar, que esto fue de la mano con la incorporación de una nueva estrofa del himno “Vuestros nombres, valientes soldados, que habéis sido de Chile el sostén, nuestros pechos los llevan grabados, lo sabrán nuestros hijos también.”. Esta tercera estrofa, era oficializada en los establecimientos educacionales del país, tal cual señalaba el artículo 2 del decreto mencionado: “todos los maestros y alumnos, cualquiera sea el establecimiento a que pertenezcan y el sitio en que se encuentren, quedan obligados a escuchar el Himno Nacional descubiertos, en riguroso silencio y en posición “firmes” “, tal como señalaba el diario El Mercurio, del año 1975.
El mismo periódico manifestaba que, de acuerdo al decreto 29 del mes de febrero, “todos los establecimientos de educación del país iniciarán y terminarán cada periodo escolar con un acto solemne de homenaje a la bandera, que se izará en su sitio de honor, a los acordes del Himno Nacional cantado por todos los maestros y alumnos y, en lo posible, con la concurrencia de bandas de las Fuerzas Armadas”.
La idea de promover valores patrios a partir de acontecimientos históricos, la mayoría de ellos de índole militar, así como el recuerdo de un personaj,, que las nuevas autoridades catalogaban como “héroes” o figuras nacionales, especialmente por los “hombres que se hayan distinguido por su esfuerzo o hubieran cimentado su éxito en la disciplina del trabajo y en el cumplimiento del deber”, “Se pondrán el relieve las condiciones de patriotismo y rectitud de personalidades que hubieren destacado en la historia de nuestra patria”.
Normas para enaltecer los valores patrios, titulaba el diario El Mercurio, había que enaltecer el sentimiento de patria y el desarrollo en los chilenos el orgullo de la “chilenidad”. Estos principios se promovían, con firmeza, al inicio de los años escolares, en especial durante la década de los setenta, pero que, claramente, prosiguió con el paso de los años, como una obligatoriedad de los actos en los establecimientos educacionales.
Un par de años más tarde, volvería a poner en valor la fecha. Un día 9 de julio de 1977, se realizaría el “Acto de Chacarillas” uno de los más grandes y llamativos rituales políticos propagandísticos de la dictadura civil y militar chilena. El encuentro al atardecer en la cima del cerro San Cristóbal en el sector cercano a lo que fue la piscina Antilén estuvo lleno de símbolos, antorchas y las banderas que transportaban 77 jóvenes prominentes figuras de la vida nacional, cantantes, artistas deportistas y figuras de la televisión, quienes apoyaban con su presencia lo que fue el discurso de Pinochet con el cual se iniciaba la “institucionalización del régimen”
Allí concurrieron, entre otros, quienes serán, décadas más tarde, ministros del gobierno de Sebastián Piñera; Andrés Chadwick, Cristián Larroulet y Joaquín Lavín. A estos se sumaron el cantante José Alfredo Fuentes y Roberto Viking Valdés, el tenista Hans Gildemeister, el futbolista Jorge Socias, los futuros animadores de Viña del Mar Antonio Vodanovic y María Graciela Gómez, el humorista Coco Legrand y los periodistas Julio López, Claudio Sánchez y Hernán Olguín.
El largo listado, se mostraba en extenso, compartiendo protagonismo con los Héroes de La Concepción, Ignacio Carrera Pinto, nieto de José Miguel carrera, Arturo Pérez Canto, Julio Montt Salamanca y Luis Cruz Martínez. La dictadura, tras casi cuatro años en el poder volvía a reinterpretar los símbolos de la “chilenidad”, apropiándose de ellos bajo la premisa de reconstrucción nacional, unido a la patria y a la devoción de lo militar, que en este caso sumaba a los civiles que apoyaban el régimen, en un vedado acto de aspirar a la consolidación institucional de la dictadura.
En Chacarillas, estaban los “verdaderos chilenos”, que honraban su patria, su bandera y que cantaban la tercera estrofa del himno nacional, en un intento de acallar los silenciosos gritos de justicia que, en cuarteles secretos, se acallaban y permanecían ocultos a la luz del país.
Parte del texto es una síntesis del capítulo “El golpe a la educación, liceo Gabriela Mistral” del libro “Relatos de Dictadura al norte del Mapocho”. De Dante Figueroa y Annette García.