Por Dante Figueroa Abarca
Gabriela Mistral, en noviembre del año 1945, se encontraba en Brasil. Allí, en un cuarto de hotel, escuchó la noticia cuando se le nombraba como la ganadora del Premio Nobel de Literatura. Se trataba de la primera persona latina e hispanoamericana que recibía el máximo galardón que podía recibir una escritora. Con la noticia, el país explotó en júbilo y orgullo, era sin dudar una de las mejores noticias que el país había tenido, la primer Nobel para Latinoamérica.


La maestra de escuela debió esperar un mes, para que el 10 de diciembre de 1945, en Estocolmo, Suecia, le fuera entregada la medalla del Premio Nobel de manos del Rey Gustavo, monarca del país nórdico. Es probable que, por la mente de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, se agolparan mil imágenes: la de su natal Vicuña, de su vida en Montegrande, de la influencia de su hermana Emelina Molina, responsable de motivarla por el interés de las letras o sus primeros años como maestra de escuela rural con tan solo 15 años en la localidad de Cantera.
El premio que atesoraba Gabriela era, de alguna manera, un reconocimiento a tantas profesoras normalistas que enseñaban a los más pequeños en Chile. El premio recordó su ingreso frustrado a la Normal de Preceptoras, debido a la resistencia que despertaron algunos de sus poemas en círculos conservadores locales, siendo calificados como «paganos» y «socialistas» y su posterior partida a la Normal de Santiago.

La Mistral se erguía como la mujer que encarnaba la noble labor de enseñar, como lo hizo en Santiago y en tantas otras escuelas del país; como fue en Traiguén, Punta Arenas, Antofagasta y Temuco.
Hoy, ocho décadas más tarde, la escena parece cobrar más vida y tener más significancia, pues la figura de Gabriela emerge, no solo como una figura literaria, sino una con voz política, voz de presente, una que fue capaz de desafiar el silencio impuesto, una voz de mujer que reclama el derecho a la palabra, una palabra que habla por los desposeídos, por los sin tierra, por los niños y por las mujeres. Pues Gabriela era poesía, pedagogía y política.

