En la historia de la ciudad de Santiago las mujeres y la escritura tienen un rol fundamental. Durante la colonia, como era común en todo Latinoamérica, y también, como un viejo residuo de la Edad Media en este lado del océano, la escritura de puño femenino está íntimamente ligada a la religión y la fe. Para el caso de las mujeres de la clase alta santiaguina, entrar a un convento era una especie de carrera profesional. Ingresar permitía librarse de un matrimonio arreglado, las labores de la crianza de muchos hijos, las responsabilidades del hogar, pero por sobre todo, la posibilidad de educarse. Al entregarse a Dios, las mujeres tenían la posibilidad de aprender teología, filosofía, música, literatura y artes. El rigor de los horarios de servicio y oración dejaba espacios libres para que las mujeres dedicaran sus horas a la lectura y la escritura, supervisadas por un confesor. Las temáticas, indudablemente no varían mucho, todas relacionadas con las pruebas de la fe y las formas de alcanzar la gracia divina.
En Santiago, Sor Úrsula Suárez escribe bajo la supervisión de su confesor una autobiografía llamada «Relación de las singulares misericordias que ha usado el señor con una religiosa, indigna esposa suya, previniéndole siempre para que solo amase a tan Divino Esposo y apartase su amor a las creaturas; mandada escribir por su confesor y padre espiritual», que da cuenta de la vida en el convento de las monjas del monasterio de Santa clara de la Victoria. El monasterio en que habitaba Sor Úrsula estaba apenas a un par de cuadras de la Plaza de Armas y pese a su cercanía con el centro cívico de una ciudad sumamente conservadora, las monjas, como la propia Sor Úrsula podían recibir visitas de «devotos» pretendientes que les hacían regalos y les abrían una puerta al mundo fuera del convento. María Luisa Bombal Otro curioso caso es el de Sor Tadea García de la Huerta, monja de claustro perteneciente al convento del Carmen Bajo de San Rafael, ubicado en lo que por entonces era la Chimba, la otra orilla del río, hoy Recoleta-Independencia.
De sor Tadea conocemos una obra titulada «Relación de la inundación que hizo el río Mapocho de la ciudad de Santiago de Chile, en el Monasterio de Carmelitas, Titular de San Rafael», una crónica que registra una de las crecidas del río que terminó por inundar gran parte de la ciudad y que destrozó por completo el convento. Sor Tadea se muestra impactada con la fuerza del río y atribuye los sucesos a un castigo divino, la ira de Dios que termina por despojar al convento de las pocas cosas con las que cuenta. Más sorprendente es para ella, en todo caso, tener que olvidar el pudor y permitir que feroces hombres tomen a las monjas por la cintura, refajos arremangados, para sacarlas del agua y ponerlas a salvo.
En lo consecutivo, los cambios en la sociedad, han dado paso a grandes mujeres escritoras. Dos de ellas incluso son protagonistas de crímenes en el antiguo Hotel Crillón, ahí en la esquina de Ahumada y Agustinas. María Luisa Bombal y María Carolina Geel son mujeres de «armas tomar», y en el salón de té del Hotel dispararon sin compasión contra sus amados, la segunda con peor suerte -o mejor puntería- terminó en la cárcel por asesinato. La célebre obra «Cárcel de Mujeres» de Geel es el resultado de esos años de reclusión y la reflexión obligada del presidio. En cuanto personaje, la mujer aparece según diferentes categorías y posiciones. La contraposición ancestral entre Eva y Pandora es ejemplo de ello. La mujer prudente, reflexiva, hogareña es un ejemplo de contenido y formación religiosa, son éstas las características que Leonor encarna y que terminan por enamorar al romántico Martín Rivas. Sin embargo, aparecen también aquellas mujeres imprudentes y coléricas, aquellas que se dejan llevar por la pasión, mujeres con poder que toman en sus manos las riendas de su propia vida. Así toma de nuevo forma en la literatura un personaje que ha sido revisado cientos de veces: la Quintrala.
Tanto para Magdalena Petit en su obra «La Quintrala» como para Gustavo Frías en «Tres nombres para Catalina», el mito toma vida como una mujer terrible, la femme fatale. Su caso, es sin lugar a dudas excepcional, me atrevería incluso a decir que su resultado no es otra cosa que la suma de experiencias que le entrega la ciudad. Así, tal cual, la catrala es víctima de una ciudad profundamente violenta, una violencia que se vive en la plaza con las ejecuciones y castigos públicos a los delitos, la violencia de una ciudad pacata y religiosa, que justifica el crimen y el maltrato en la fe, una ciudad estricta y elitista que la pequeña Catalina respira cada día, una ciudad sucia, hedionda, desordenada y triste.
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